La Cartuja de Portacoeli (Elena, Aitana y Mary)

Miguel Ángel López Soler es uno de esos arquitectos que, desde estudiante, gustaba describir el mundo de las formas mediante el dibujo. Lo aprendió en la Escuela de la mano de los profesores Lozoya y Canosa, como gustaba recordar, y lo hacía con soltura, casi virtuosismo. El papel del dibujo en la definición del cuadro es un factor importante para entender la obra del autor. Contemplando su obra se desprende de inmediato que no es un aficionado "de caballete". Basta acercarse a tres temas:

UNA VALENCIANA: hierba, pliegue, textura, color. Luz y sombra. Libertad de gestos en el uso de estos elementos que concurren en la descripción de la composición.

UN RETRATO: enlaza lo anterior con la fidelidad al objeto representado. La luz impide el color que se define en la sombra, como hicieron los manieristas hace cuatrocientos años. Y se pemite veladuras, cambios de tono como en los laterales del retrato de Santiago. Pero lo que en el fondo se vislumbra, tras los cristales de la ventana, enlaza con el tercer tema:

LA DESCRIPCIÓN DE LA CIUDAD. Y aquí, en la ciudad, está atrapado. No puede permitirse licencias. Es el escenario de sus eclécticas obras de arquitectura como, por ejemplo, Apartamentos en Plaza del Patriarca de Valencia, Casa en Montán, Edificio de Viviendas y Oficinas en Valencia, Viviendas en Sorní 17 o Casa de la Cultura en Almussafes. Se trata del lugar, el "locus" clásico y ancestral, como lo denominamos los arquitectos, que hemos de estudiar, analizar. Sabemos que la arquitectura sin relación con el lugar no es nada. Carece de sentido. Ha leído la ciudad con los ojos del que maneja el juego de luz y sombra de los volúmenes bajo el sol, como definió Le Corbusier la arquitectura, bajo cuyas alas se desarrollan el resto de las Bellas Artes, en expresión del clásico. El arquitecto-pintor conoce la razón de ser de todos los elementos que participan en la definición de las arquitcturas que dan forma a la ciudad. Es decir, sabe qué significa y qué función desempeña un alero, una cornisa, un antepecho de fundición o de pletina, un paramento macizo y otro cristalino. Y el papel de la piedra y del enfoscado. El porqué de un zócalo, de unas jambas, etc. Un amplio, un enorme vocabulario a partir del cual re-presenta el paisaje urbano. Desde esa solvencia alcanza una descripción objetiva del mismo.

En esta relación de cuadros el espectador puede observar los gestos, los matices más abstractos, hasta una visión objetiva en los temas que interpretan sus lienzos. Un disfrute para el sentimiento y la razón.

(De la reseña del arquitecto Manuel Portaceli para exposición).