Los niños de Sorolla en la Plaza de la Virgen
Tamaño de lienzo: 116 cm x 116 cm
El cónsul Décimo Junio Galaico, cuando licenció a sus tropas de las campañas lusitanas el año 138 aC, como recompensa al coraje demostrado quiso premiarlas con las tierras que denominó Valentia Edetanorum situadas en lo que hoy ocupa la ciudad de Valencia, en una isla fluvial (sí: una zona rodeada en el actual Turia por dos brazos del río), cerca de la desembocadura, como narra el historiados Tito Livio sobre la fundación de la ciudad (Periocha LV, 4).
De esta manera Valentia fue fundada por unos dos millares de colonos sobre una de las terrazas del Turia; el foro se situó en la actual Plaza de la Virgen, en lo que ahora es el cruce de las calles Salvador-Almoina y Caballeros.
Posteriormente, en el año 75 aC, la ciudad fue parcialmente destruida en el transcurso de la guerra entre Pompeyo y Sertorio. Durante 50 años quedaría abandonada hasta que, a lo largo del siglo II dC, Valentia fue tomando las características de las urbes imperiales con la reconstrucción del foro y la edificación de un circo apto para unas 10.000 personas.
En el año 304 se conforma en la ciudad la primera comunidad de fe cristiana (perseguida por Roma en ese momento) en torno a la memoria de San Vicente, levantándose la iglesia de San Vicente de la Roqueta sobre su tumba, tras su martirio.
Es Jaime I quien amuralla el puerto existente en lo que hoy ocupan Las Atarazanas para defenderlo de los ataques de la poderosa piratería de la época, peligrosidad que provoca que los pescadores decidieran instalarse en la ciudad de Valencia, a extramuros en lo que se llamaría el Barrio de los Pescadores que hoy ocupa la calle de Las Barcas. Desde allí se desplazaban a sus trabajos por un lado por el actual barrio de Ruzafa hasta La Albufera, y por el otro lado, por el nordeste, a lo que hoy es El Cabanyal.
Por otra parte, la Albufera ha ido con el transcurso del tiempo disminuyendo en extensión, alejándose consecuentemente de la ciudad. La posibilidad del puerto de la ciudad en Ruzafa se hacía cada vez más inviable.
En el año 1755 surge la posibilidad de “un puerto” para Valencia: con motivo del tercer centenario de la canonización de San Vicente Ferrer, patrón de la ciudad: en lugar de los festejos taurinos que se solían organizar, el alguacil Mayor del Tribunal de la Santa Inquisición propuso que se celebrase una Naumaquia (o simulación de batalla naval entre dos escuadras) del mismo modo que se había organizado en otras ciudades.
Grabado de Carlos Francia.
Se formó (contando con el estudiado permiso de las autoridades) un lago construyendo una pequeña presa en el puente del Real, hasta conseguir un calado necesario para que pudieran navegar barcos (que se traerían previamente), y cerrando el lago que se formaría con el puente de la Trinidad. En los dos extremos del puente del Real se formaron también dos montículos (el Vesubio que vomitaría llamas y el Parnaso, que rebosaría cascadas de agua).
Así, durante dos días, las naves disfrazadas de barcos de guerra o al natural, representaron escenas de caza, pesca o batallas con piratas berberiscos, con la colaboración de disparos de artillería emplazada en un bastión situado en la margen izquierda.
En gran parte de Europa, la navegabilidad de los ríos ha sido un hecho y los ríos han pasado a ser ejes de comunicación importantes. Sin embrago, la situación de los españoles ha sido distinta: la variación de su caudal y su escasez han impedido su navegabilidad. Solamente el Ebro hasta Tudela, el Guadalquivir hasta Córdoba, el Jucar hasta Alcira y el Turia hasta Valencia han permitido su navegación durante algún tiempo.
En todo caso, desde el siglo XII hay constancia de que por el Júcar, por el Turia y por el Mijares se transportaban flotando troncos de árboles desde los bosques del interior hasta las ciudades más populosas de la costa. El paso de esta madera tributaba impuestos al rey (el “Cincuentí” o una pieza por cada cincuenta que bajaba por el río) y a los nobles propietarios de las tierras por las que discurrían los rollizos, de modo que los albañiles y los carpinteros que recogían los troncos de álamos blancos y negros, chopos, alcornoques, cipreses, enebros, hayas, abetos, encinas, sauces y, principalmente pinos, tenían que pagarlos en sus almacenes dispuestos en los márgenes de los ríos. El transporte era facilitado por expertos gancheros agrupados en cuadrillas que, subidos en los troncos flotantes, deshacían los atascos que se producían con frecuencia.
La madera almacenada en los márgenes del río en Valencia (principal ciudad consumidora de madera) formaba grandes almacenes de madera. Era recogida por sus compradores, después de resolverse una complicada maraña de pagos por propiedad, derechos de peaje, impuestos… que originaba numerosos conflictos. En 1811, un Real Decreto extinguió los señoríos jurisdiccionales y el derecho a cualquier impuesto o pago por el paso de la madera, lo que junto a una gran catástrofe ocurrida en el Júcar por la acumulación de troncos en un atasco, supuso el fin del descenso generalizado de la madera por los ríos.
Aún ahora, en Cofrentes, cada año se celebra una fiesta conmemorativa del paso de los troncos, aunque el río ya no tiene caudal para hacer una simulación de lo que era una antiguo descenso.
En el año 1844 se construyó, en el centro de la Plaza de la Virgen, una pequeña fuente de forma circular dedicada al canónigo Liñán, que había promovido la canalización del agua potable en la ciudad. En 1975, la plaza se remodeló y se creyó oportuno evocar la tradicional intervención del río Turia en la vida valenciana mediante una fuente monumental que tuviera como protagonista al río, para lo cual se tendría que personificar en una figura humana, como era tradicional en los monumentos que se erigían. La obra se encargó al artista Silvestre de Edeta, que respetó la idea original del escultor Alfonso Gabino: una fuente de planta elíptica, con factura barroca, mostraría en el centro un varón recostado portando en una mano el cuerno de Amaltea (o cuerno de la abundancia) del que rebosarían productos agrícolas, simbolizando la fertilidad de la huerta valenciana. Rodeándolo aparecerían ocho figuras desnudas femeninas, sobre pequeños pedestales, con el peinado clásico de las labradoras valencianas, cada una de ellas personificando una acequia madre del Turia: Benager y Faitanar, Novella, Favara, Cuart, Tormos, Rascanya, Mislata y Mestalla. Todas portan un cántaro, en diversas posturas, del que emana abundante agua que cae sobre la pila general de la fuente.
Si Sorolla hubiera querido elegir otro entorno para sus “Niños en la Playa” donde la valoración del agua fuera tan importante como es en la Malvarrosa, hubiera escogido el entorno de la Fuente del Río Turia, creo.